Mi papel como doctor habia terminado y ahora solo era padre y esposo. Llevamos de regreso al hospital el cuerpo de mi hija para que su mamá la viera. No teníamos una bonita cobija para cubrirla con ella. Pero si teníamos una barata pero hermosa pieza de tela Guatemalteca que sirvió muy bien. La cargue en mi brazo izquierdo mientras la llevaba con su mamá. Me pareció como un largo camino a través del hospital. Cuando entre en la sala, pase en medio de todas las madres felices y sus bebes, hasta que llegue a la cama de Areli que estaba hasta el final del pasillo.
Después de estar orando por Esther y Daniel y de pensar en ambos, finalmente vi a Daniel entrando con Esther en sus brazos. Al momento supe lo que había pasado y en parte me sentí tranquila al no tener que preguntarme en donde estaban o que estaba pasando. Pero lo que más me impacto fue el ver que Esther ya no estaba con nosotros. Cuando Daniel se acerco a mí y me dio a mi nena solo quise agradecer a Dios porque sabía que estaba con Él, sin más dolor o sufrimiento por todo lo que ella necesitaba para seguir viva. Y me sentía agradecida porque en ese momento supe que Dios había escuchado nuestras oraciones por ella acerca de que estuviera bien. Lloraba de tristeza porque sentí mucho su falta después de que solo unas horas antes estaba con nosotros y repentinamente ya no. Pero lo mejor de ese momento es que tuve a mi nena en mis brazos y aun lo más lindo que he experimentado fue el besar su linda y suave carita. También ese momento fue remarcable para mí porque estuvimos los tres juntos después de todo lo que ocurrió; y por fin pude ver a mi hija muy detalladamente. Fue asombroso ver su hermosa carita, sus manos y su cuerpecito tan delicado, era un tesoro descubierto y con mucho parecido a su papá. A veces al recordarla solo al cerrar mis ojos creo que puedo volver a ese momento y sentir su suave y delicada carita en mis labios.